Este 30 de mayo se conmemora un hecho que marcó un antes y un después en la historia de la República Dominicana: el asesinato del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, ocurrido en 1961. Han pasado 64 años desde aquella noche en que una emboscada acabó con la vida de uno de los regímenes más férreos y sangrientos de América Latina, poniendo fin a más de tres décadas de represión, censura, desapariciones y miedo.
La noche del 30 de mayo de 1961
Fue en la carretera Santo Domingo–San Cristóbal, cerca del kilómetro 9, donde el vehículo del dictador fue interceptado por un grupo de hombres armados. Trujillo, quien solía moverse con un fuerte dispositivo de seguridad, aquella noche viajaba sin escolta, confiado en su control absoluto del país.
Los conspiradores, un grupo de valientes opositores a su régimen, habían preparado meticulosamente el atentado. Entre ellos se encontraban Antonio de la Maza, Amado García Guerrero, Salvador Estrella Sadhalá, Luis Amiama Tió y Juan Tomás Díaz, entre otros. Muchos de ellos pagaron con sus vidas por su participación. Su motivación no era otra que liberar a la nación del yugo trujillista, que ya contaba con una creciente presión internacional y el hastío generalizado del pueblo dominicano.
Trujillo recibió múltiples disparos y murió en el acto. Su cuerpo fue encontrado dentro del vehículo, acribillado, marcando el final de una era que, aunque temida, parecía imposible de derrocar.
Un régimen de 31 años
Trujillo gobernó la República Dominicana desde 1930 hasta su muerte en 1961. Aunque en algunos períodos no ostentó formalmente la presidencia, su control sobre el país fue total, usando la figura de presidentes títeres mientras él tomaba las decisiones cruciales.
Durante su mandato, el país vivió una supuesta estabilidad económica, pero a costa de la represión brutal, el culto a la personalidad y el enriquecimiento extremo de la familia Trujillo. Cualquier forma de disidencia era silenciada con cárcel, exilio o muerte. Se estima que más de 50 mil personas fueron asesinadas durante su régimen, incluyendo la célebre masacre de haitianos en 1937 y las hermanas Mirabal, asesinadas en 1960 por su activismo contra la dictadura.
Las consecuencias del magnicidio
Tras la muerte de Trujillo, su familia intentó mantener el poder, pero fue imposible sostener el régimen. La presión popular, junto a la intervención diplomática de los Estados Unidos y otros actores internacionales, facilitó la desarticulación del aparato trujillista.
El país entró entonces en un proceso complicado de transición democrática, lleno de turbulencias políticas, golpes de Estado y luchas por el poder. No obstante, la muerte de Trujillo abrió el camino para los cambios políticos que más adelante darían paso a los procesos electorales libres y la construcción de un Estado democrático, aunque imperfecto.
Hoy, a 64 años de su muerte, la figura de Trujillo sigue siendo objeto de debate. Para muchos dominicanos, su régimen representa una época oscura, un símbolo del autoritarismo más brutal. Para otros, especialmente aquellos que crecieron en la era de orden forzado, es recordado con ambivalencia.
Lo cierto es que su muerte no solo significó el fin de un dictador, sino el inicio de un largo y aún inacabado camino hacia la libertad, la justicia y la memoria.